lunes, 17 de mayo de 2010

LA CUPLÉ PARTE 1



"LA CUPLÉ"
UNA HISTORIA DE NOCAUTS AL CORAZÓN
POR: RAFAEL VILLAGRÁN
PARTE I.

Caminando por la calle San Juan de Letrán, actualmente Eje Central Lázaro Cárdenas, viendo aparadores, la ciudad se torna tranquila, empieza a caer la tarde, mi juventud en su pleno apogeo, después de haber ido a nadar al deportivo El Bahía, que se encontraba sobre la Calzada Ignacio Zaragoza, tal parece que todo caminaba a la perfección.

El trabajo que en ese entonces desempeñaba dejaba para pasarla bien. El entusiasmo desbordante de la juventud lo siente uno en cuerpo y alma, las miradas sobre las hembras hermosas no se escapan, porque toda mi vida he pensado que algo de lo más hermoso que ha creado Dios en el universo ha sido la mujer.

No hay cansancio, buscando en las carteleras de los cines alguna película que llame la atención. Pensando que ese día no hay que visitar a la novia para no saturarla y dejar uno o dos días sin verla para no atosigarla y que el noviazgo se convierta en monotonía, inventamos algún pretexto y decirle que uno o dos días no la vamos a visitar.
Ya estando convencidos que ese día no iremos a ver a la prenda amada, es cuando afloran las ideas y nace en uno darle un pequeño sesgo a la vida diaria. Deja uno correr los minutos y sintiendo el gusto o deseo de pensar que a ver qué nos depara el destino para este día de asueto completamente.

La relación de mi trabajo en el medio periodístico, después de haber presentado también en la escuela Universidad Carlos Septién y haber tenido una buena calificación, pues con mayor razón dejé que el destino manejara para mi lo que saliera en ese día.

Ya para llegar a la Torre Latinoamericana, me detengo para dejar pasar los autos que enfilan hacia el zócalo por la calle de Madero, pero al irse juntando la gente en la acera de la banqueta, también esperando poder pasar, vi que cerca de mi se encuentra una mujer bella, esbelta y alta, con mirada fuerte y con ojos negros muy brillantes.




A mis 19 años siempre pensé, equivocadamente, que yo podía conquistar a todas las mujeres que yo me propusiera. Esa tonta y estúpida idea la concilié por un buen tiempo, pues inclusive con mis amigos apostábamos que yo podía lograr acercamientos con mujeres que, soy sincero, nunca pensé poder llegar a conquistar.

A una gran velocidad mi mente mandó una señal como diciendo: “Es el momento para que saques la casta, a ver qué te sale. No la dejes ir, es bonita y tiene porte. Al abordaje, pero rápido”.

Le sonreí. Contestó con una leve sonrisa. Eso me animó más y le dije: -Oiga, usted se me hace muy conocida. Se lo juro que yo la he visto en algún lugar, pero no recuerdo. No sea malita, ayúdeme a recordar en dónde”.

Como que en un principio quiso ignorarme, tardó en contestar, pero al fin, antes de atravesar la calle de Madero, dijo tuteándome:
“No creo, yo nunca antes te había visto, para nada”.
Como ya había logrado unas palabras de ella, eso me dio más confianza y casi tomándola del brazo, ayudé un poco el que se bajara de la banqueta y atravesáramos la calle, rumbo al Palacio de Bellas Artes.
-Acuérdate, por favor, tú eres Laurita, verdad?
Esa palabra de Laurita se me ocurrió decirla al azahar, sin pensar que esa palabra me abriría la puerta para abrir una plática y después una historia que después se convirtió en una relación de unos cuantos meses.
Para entonces, yo trabajaba en el periódico La Afición, diario tamaño tabloide de papel verde que muchos lo llaman “La Lechuguita”, y debido a mi trabajo, tenía mucha relación con una gran mayoría de los boxeadores, que en ese entonces eran famosos y que ganaban mucho dinero y que a la vez lo dilapidaban a manos llenas. Sobre todo porque la mayoría era muy adicta al alcohol y uno que otro a la droga.

Y  lo entiende uno claramente, pues los pugilistas que llegan a destacar y a brillar en el medio boxístico, un 80 por ciento son aquellos jóvenes que vienen de familias de muy escasos recursos económicos, que han crecido en la calle careciendo de lo indispensable. Sobre todo en donde fue y sigue siendo un semillero de grandes campeones, que es el barrio bravo de Tepito, Peralvillo y La Bondojito. Tres zonas que ha dado al boxeo mexicano grandes glorias y muchas satisfacciones. Pero que desafortunadamente la mayoría no ha sabido administrarse y terminan o dañados de sus facultades mentales o en el mejor de los casos, en la peor de las miserias, por citar uno de ellos: “El Pajarito Moreno”.
No sería suficiente esta sección para enumerar a tantos y tantos muchachos que han salido de estas colonias y barrios, que se convirtieron en verdaderos ídolos para todos los que nos gusta el boxeo. Voy a nombrar unos cuantos, por pasar lista y que fueron en su momento verdaderos ídolos de los cuadriláteros en el difícil arte de fistiana: José Medel “El Huitlacoche”, Rubén Olivares “El Púas”, José López “El Toluco López”, Alfredo Urbina “El Canelo Urbina”, Rafael Mota “El Torito Mota”, José Cuevas “El Pipino Cuevas”, José Torres “El Batling Torres”, Raúl Macías “El Ratón Macías”, Eduardo Guerrero “Lalo Guerrero”, Vicente Saldívar “Chente Saldívar”, o “El Zurdo Saldívar”, etc., etc.
Unos cuantos que arriba señalo, son los que viven o vivieron en Tepito, La Bondojito y Peralvillo. Aparte los que brillaban con luz propia de distintos Estados, como lo fue nuestro paisano chiapaneco “El Lacandón” Romero Anaya, por decir. No quiero pasar por alto repetir que todos estos apodos o sobrenombres se los acomodó inteligentemente mi respetable amigo don Antonio Andere, que en ese entonces era el director del periódico La Afición.
A qué viene todo esto de señalar y nombrar a unos cuantos boxeadores famosos de aquellos dorados tiempos en que México era el amo y señor de los pesos gallos? Ahora verán por qué.

Al pronunciar el nombre de Laurita, esta mujer paró su marcha y levantando un poco más el volumen de su voz replicó: “Oye, y dónde me conociste, a ver dime”.

Ya no sabía que contestarle, pero de pronto le dije: -Acuérdate Laurita, que nos vimos en una fiesta, tú estabas con unas amigas y ahí nos conocimos porque un amigo tuyo nos presentó, le dije muy rápidamente.

“Estás loco, tú me estás choreando”, yo no me acuerdo de ti, estás diciendo puras mentiras. Pero dime, quién te dijo mi nombre”.
Ya no pude seguir fingiendo y me abrí de capa, y enseguida le dije:
-Perdóname por favor, yo te agradezco que me hayas contestado, dije el nombre de Laura porque fue el primero que se me ocurrió y tuve tanta suerte que tal parece que te llamas Laura. En verdad me caíste muy bien y quise ponerme a tus órdenes, pero no sabía cómo abordarte, le dije en tono sumiso y respetuoso.
Noté que dudaba contestarme y con una leve sonrisa dijo que estaba bien, que le había agradado el que yo haya inventado un nombre y que haya cazado con el de ella.

Le dije que hacia dónde iba y me contestó que se dirigía a su casa, y le dije que si me permitía acompañarla aunque fueran unas cuantas calles, y aceptó:
Noté que su acento no era precisamente chilango y le pregunté que si era del DF y me dijo que era del Estado de Puebla, que estudiaba y que vivía con sus papás en un departamento de la Unidad Tlatelolco.
A tres calles de donde andábamos había dejado estacionado mi auto y le dije que contaba yo con un carrito y que si nos regresábamos por mi carcachita, que con gusto la llevaría a su domicilio, rápido me contestó que no, pues dijo que sus padres eran demasiado celosos y que no le gustaría que me fueran a ofender.
Tres calles más adelante me dijo que hasta ahí la dejara, porque no quería causar problemas.

Le dije: –no seas ingrata, permíteme llevarte ya sea en un taxi o a pie, te acompaño, por qué me cortas tan bruscamente, yo quiero ser tu amigo porque me caíste muy bien y siento feo que me cortes tan de pronto.
Para llegar a Tlatelolco faltaban como 4 ó 5 calles, pues estábamos a la altura de Garibaldi, pero no insistí. Le pregunté si tenía teléfono, dudó un poco y por fin me dio el número, pero me recomendó que si la llamaba que fuera por las mañanas y que preguntara antes a ella que si se podía hablar.

Desde ese momento empecé a notar que algo raro había. Me quedé intrigado, llegó la noche y ya quería llamarle. Me acosté pensando en ella y su imagen de mujer atractiva la recordé por unas cuantas horas antes de conciliar el sueño.
Al otro día, pues yo sin compromiso y calculando que entraría a trabajar a las 17.00 horas a “La Lechuguita”, ya quería marcarle por la vía telefónica y sonando las 9.00 de la mañana le llamé: -Hola Laurita, buenos días, cómo estás. Cómo amaneciste…

“Hola, bien, me da gusto que llames, cómo te va”.

Me agradó su contestación, su respuesta fue amable y sin más le dije que si no estaban sus papás, que si no le molestaba que nos volviéramos a ver. Que si iba a su casa, o si nos veíamos por el centro.

Me dijo que era muy difícil, pero que sus padres se irían unos días a Puebla y que quizá esos días nos podíamos ver.
“Mira, me dijo, la semana que entra, desde el viernes nos podemos ver, es más, si gustas, puedes invitarme a ir a pasear a algún lado, pues mis papás regresan hasta el domingo en la mañana y si puedes, y si tienes alguna opción en dónde podemos ir a pasar el viernes en la noche, sábado y nos venimos en la madrugada del domingo, eso sí, que sea el sábado en la noche o el domingo en la madrugada porque tengo que estar aquí en el departamento sin falta, porque mis padres regresan el domingo”.

Me quedé muy sorprendido de que ella me dijera que saliéramos un fin de semana sin que entre nosotros existiera una amistad o acercamiento más estrecho y no salía de mi asombro cuando ella continuó:
“Qué pasó, ya te arrepentiste de mi amistad y de mi decisión?, ya te metí miedo o qué?”
-No Laurita, no es eso, la verdad es que me siento muy alagado y feliz, porque tal parece que estoy agarrando el cielo con mis manos, nunca pensé que me hicieras el gran honor de invitarme a salir contigo y sobre todo un fin de semana-.
“Pues, entonces qué onda, aceptas, dices que tienes carro y podemos ir a dar la vuelta, pero te repito que tenemos que estar aquí el domingo en la madrugada”, insistió.

Me dijo que ese día no nos podíamos ver, era, recuerdo miércoles, y yo tenía que trabajar el día viernes y con esa idea me presenté a trabajar.

Con esa firme idea en mi mente, empecé a hacer cálculos, y comentaba en mis adentros: es bonita, es hermosa, joven, no he platicado gran cosa con ella, el viernes me toca trabajar, descanso hasta el domingo, y así pasaban mis cálculos mentales y ya estando en mi trabajo, me paré y me fui directo a pedir permiso para faltar el viernes, pues les dije que tenía un compromiso muy importante.

Antes de terminar de dar la explicación del porqué del permiso, el delegado me dijo: “Lo siento, pero tienes que ir a cubrir una pelea entre “El Huitlacoche” José Medel y “El Alacrán Torres”” a Guadalajara el viernes. Aquí está tu boleto y sales en la madrugada del viernes y estarás aquí el sábado a mediodía”.

CONTINUARÁ

0 comentarios:

 

NUEVE GUARDIANES Design by Insight © 2009